La labor de rescate

Creo que no me equivoco al afirmar que aquel que trabaja voluntariamente en alguno de los aspectos que envuelve el rescate de animales, vive en un constante sube y baja de emociones. El trabajo de rescate nos puede hacer llorar, al siguiente momento hervir de rabia e impotencia pero también nos hace sonreír. Lloramos al ver el dolor, el miedo y el hambre reflejados en los ojos de un animal recién rescatado o al poner a dormir a otro cuyo cuerpecito ya no resiste más. Y al momento siguiente sentir la rabia que nos produce el tener frente a nosotros el resultado de la negligencia o la maldad que en algunos animales humanos los lleva a maltratar a un ser indefenso y nos hace preguntarnos un millón de veces por qué, sin poder encontrar una respuesta. Por qué no esterilizan, por qué no alimentan, por qué no cuidan y dan amor, por qué torturan.

Si un rescatista viviera en ese estado continuamente, ya no podría seguir adelante con su labor humanitaria por que viviría en una constante depresión.  Pero la sonrisa, esa es la que nos ayuda a continuar. La sonrisa que nos produce recordar un animal rescatado en un estado terrible y haberle encontrado un hogar amoroso y responsable después de haber sanado sus heridas físicas y sicológicas. La sonrisa al ver reflejados la confianza y la alegría de vivir en los ojos de un animalito recuperado cuando antes solo se veía terror y soledad.  La risa, cuando un animal que antes se escondía, ahora corre felíz hacia nosotros para saludarnos sin temor a ser apaleado.  Y eso indiscutiblemente, es la recompensa más maravillosa y de incalculable valor que un rescatista recibe.  La alegría de vivir, de amar y sentirse amado en un animalito que probablemente hubiese terminado muerto, de no ser por el trabajo y el sacrificio desinteresado de un puñado de voluntarios.

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